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Lila Downs: "Para mí la nostalgia es una realidad"


Lila Downs cantará por primera vez en Rosario el próximo fin de semana. La popular cantante mexicana llega el sábado al teatro Broadway para presentar su nuevo álbum en vivo, "Lila Downs y la Misteriosa: en París".

Nacida en Oaxaca y criada entre México y Estados Unidos (en la Universidad de Minnesota obtuvo la licenciatura en antropología), la artista que gusta presentarse en sus shows envuelta en enaguas de textil indigenista mexicano como un reflejo de sus firmes convicciones de promover las lenguas autóctonas, Lila Downs dijo a Escenario desde su casa en Oaxaca que el recital en Rosario "será muy parecido a este disco en vivo que tiene canciones de trabajos anteriores y también alguna que otra canción del próximo".

Hija de un padre norteamericano y de una cantante de origen mixteca, Lila Downs es una de las más renovadoras apariciones del canto latinoamericano de las últimas décadas y fusiona como pocas la ranchera y los ritmos y cantos tradicionales mexicanos con el soul, el pop y los sonidos electrónicos.

—¿Esa búsqueda de combinar lo ancestral y lo moderno en su música, ¿fue parte de una estrategia o de una necesidad espiritual?

—(Risas) Yo creo que se fue dando, poco a poco, por necesidad de buscar cantos que tienen que ver con la intensidad y la belleza de esa cosa rural en la que mamamos todos en las grandes urbes. Lila Downs cantará por primera vez en Rosario el próximo fin de semana. La popular cantante mexicana llega el sábado al teatro Broadway para presentar su nuevo álbum en vivo, “Lila Downs y la Misteriosa: en París”.

—¿Se puede decir que como hija de una cantante mexicana con ancestros indígenas y de un un profesor de cine estadounidense, su destino nada convencional estuvo marcada desde el vamos?

—Yo creo que fue algo confuso, difícil y atormentada mi niñez y un poco la adolescencia, pero creo que más complejo para mí fue cuando murió mi padre. Yo tenía 15 años. Eso causó también un revoltijo en mi comprensión de esas culturas dispares y tan distantes una de otra, tan anglo una y tan latina e indígena la otra y... bueno, aún hoy me sigue absorbiendo la riqueza de cada una y también el odio y el amor que sienten la una por la otra. Gracias a la música he podido reírme, llorar y decir muchas cosas.

—¿La antropología le ofreció una forma distinta de ver y sentir la música?

—Claro. Yo creo que el punto de vista de la antropología es muy sano en el sentido en que mira las diferentes facetas del hombre y nuestra lucha por ser mejores. Además, esos encuentros entre culturas son a veces dolorosos, asesinos, muy exagerados y al mismo tiempo ricos y hermosos. Acabo de volver de España y siempre que lo hago me pasa lo mismo, digo “qué bueno que nos encontramos”, porque recuerdo que no lo sentía así antes después de haber leído tanto la historia del indigenismo.

—¿El hip hop es parte en México de ese renacimiento del rescate del pasado, como lo fueron las rancheras y los corridos en otras épocas?

—Yo pienso que uno debe darle a la música el significado de su época. El arte está en constante cambio y eso lo veo en gente muy joven que está escribiendo grafitis en la calle. Esos símbolos a mí me parecen pertinentes porque a veces mi cultura no puede decir las cosas explícitamente, porque está reprimida, marginada, porque hay censura, en cierta forma. Entonces, algunas cosas van saliendo desde la poesía o la canción, y yo creo que eso es el hip hop, que tiene una historia basada en la marginación.

—A propósito, un congresista mexicano propuso dar hasta tres años de cárcel a los artistas que promueven la comisión de delitos. ¿Lo ve peligroso?

—Es peligroso. Al mismo tiempo jamás habíamos visto en nuestra historia que esta tradición del corrido nos trajera la muerte a los cantantes (se dice que el cantante Valentín Elizalde, fallecido a fines de 2006, habría sido asesinado por el narcotráfico). Esta es también una realidad con la que convivimos. Cuando tenemos dudas sobre la libertad de expresión vamos encaminados hacia otro lugar más peligroso aún.

—Cada vez que vuelve a su pueblo en Oaxaca, ¿es optimista o pesimista de cara al futuro?

   —Soy muy optimista. En realidad soy una más aquí en mi tierra porque es muy lindo volverse parte de la comunidad. A esta casa vienen mis tías y mis otros parientes y entonces hay que ponerse a moler el chile y el tomate, así como lo hacen todas las mujeres. Y esto es bien refrescante porque no lo hago el resto de mi vida, sobre todo cuando estoy girando o viviendo en Nueva York la mitad del año. Es necesario tener presente esa conciencia del tipo individualista que me ayuda a dilucidar qué necesito decir o cuál es mi próxima búsqueda. Ahora estoy componiendo algunos temas para teatro musical, mi primera vez, y es muy interesante porque la obra se da en el marco de la revolución mexicana.

—Oaxaca es vecina del estado de Chiapas, y si bien viven realidades diferentes, ¿cuál es tu pensamiento sobre el zapatismo?

—El zapatismo ha sido muy importante para todos en México, porque hemos redefinido qué significa ser indígena en esta época, y también para todos los que no sabían que estamos aquí vivitos y coleando pues ahora ya lo saben.

 —¿Vivir en Estados Unidos es contradictorio con todo lo que usted estuvo dice y hace por la cultura mexicana?

—Vivir allá es totalmente lo opuesto. También es verdad que para vivir en Nueva York hay que tener un ego muy grande, pero al mismo tiempo es muy sano tener esta combinación porque tampoco hay que privarse del todo del Occidente, ya que es muy lindo y nos ofrece cosas maravillosas.

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