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Sara Carbonero, ese oscuro objeto de deseo foto

Como una de las arrebatadoras pasiones de Buñuel llegó Carbonero a la vida de Iker Casillas. Con flores, requiebros y una corte de rumores, el patrón de todos los porteros sació su empeño por conquistarla. Por la banda, sin hat tricks ni chilenas. Al final, Sara fue suya e Iker fue de Sara. Entonces, entre el revoloteo de las mariposas de los primeros encuentros y las citas a ciegas, se germinaba un huracán que, cuando rozó tierra en las páginas de las revistas, arrasó con todo a su paso.
En Marzo, el ciclón tropical escribió el epitafio de aquella joven manchega que había llegado a Madrid para conseguir su sueño. Nacía Sara Carbonero, una nebulosa con visos de convertirse en supernova. Una nueva bienaventurada en el santoral del corazón. Ese oscuro objeto de deseo.

¿Qué sería de Marilyn sin el aire del metro que la convirtió en hito y mito? Para escribir su corta e intensa leyenda es necesario evocar el Mundial de Sudáfrica. La competición deportiva se convirtió en el punto de inflexión en su formación estelar. Desde sus estilismos, su maquillaje, su comunicación no verbal… hasta su novio, Iker Casillas, coprotagonista del romance más mediático hasta la fecha. En verdad, Sara Carbonero nunca ha pasado desapercibida. Ni en Radio Marca, donde inició su carrera, ni en laSexta. Y ni mucho menos en Telecinco. Tampoco en las fiestas de Corral de Almaguer, su pueblo. Su tez morena y sus penetrantes ojos no han destilado siempre bondades a su alrededor. Por eso, su trabajo siempre está cuestionado. Hasta por los que velan para que eso no suceda.

Pero, aquella primera entrevista entre ambos a pie de campo fue posteriormente examinada cual Guerra de los Mundos de Orson Welles. Hasta el The Times le dedicó una portada a nuestra Saritísima. Aunque la cresta de la ola llegó con aquel beso en directo que tematizó la reunión de los Bilderberg y al que muchos cuantificaron en más de dos millones de euros. La periodista consiguió eclipsar el recorrido por las calles de la Villa de Madrid de la victoriosa selección. Carteles de “Todos somos Sara” colgaban de los balcones que en la boda de los Príncipes se engalanaban con las banderas de España. Sara Carbonero era la mujer más envidiada. Los fotógrafos la perseguían, su caché subía como la espuma… y su novio era el campeón del mundo.

Para postre, después de tanto trabajo, la pareja decide realizar su particular ruta 66. Desde San Francisco a casa de Eva Longoria en Los Angeles. La pareja se veía imbuida por el aura de las grandes estrellas del firmamento hollywoodiense. Entre tanto, los medios de comunicación no daban a más. Sara mostraba al mundo su fisonomía, porque la habían pillado en biquini, Sara aquí, Sara allá… La crisis y Carbonero eran los temas más recurrentes en las tertulias de los cafés de la geografía española. A su vuelta del continente americano, la periodista deportiva se sabía desbordada por todo lo sucedido. Con tan sólo 25 años, había conseguido lo que muchos y muchas habían tardado una eternidad.

Pese a la presión, Carbonero resuelve la situación con soltura. Promociona productos para el cuidado del cabello, chicles contra la halitosis, protagoniza portadas de revistas… y desmiente rumores de boda. Pese a que una de las promesas de su novio si ganaba el Mundial era casarse, la boda entre ambos deberá esperar. Cuando suceda tal vez Maruja Torres vuelva a cubrir el evento, como hizo con Isabel Pantoja. El nombre de Carbonero suena como candidata al Planeta. Pero no. Nunca ha escrito un libro. Colabora en el canal de deportes de Silvio Berlusconi, escribe para una revista de moda, trabaja con Ana Rosa Quintana… De nuevo, su querencia por mantener en la perfección su aspecto físico la sitúa en lo alto de la picota informativa. Se ha operado los pechos. Mientras, los operadores aéreos preparan su ataque.

Así es su vida. De un huracán a un auténtico torbellino de nuevas sensaciones y experiencias. Consuela a su novio cuando pierde, intenta conciliar tanto trabajo con su vida familiar y amorosa. Nunca sale de casa sin pintarse el rimmel, tiene buen oído y toca la guitarra. Convierte en tendencia los sombreros y los zapatos, el flequillo y las pulseras decenarios. Nos da las campanadas. He ahí el ejemplo del éxito. El tren que pasa solo una vez y en el que Sara parece tener billete de ida y vuelta.

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