Mucha gente pensó que el día que Guardiola tomó la decisión de dejar el Barcelona tras once años cargados de éxitos, acababa la carrera del ‘cuatro’ por antonomasia del Dream Team. Estaban tan equivocados como cuando le enterraron precipitadamente el día que se lesionó. Ese día acababa una etapa irrepetible y comenzaba un viaje de estudios.
Un periplo por el mundo sin el que el Guardiola actual sería inexplicable. Un trayecto en el que conoció culturas diferentes, jugó a fútbol en sitios en los que nunca hubiera imaginado, tuvo compañeros que de otra forma nunca habría conocido y volvió a probar la cara más amarga del deporte. Una acusación de doping contra la que luchó más allá del fin de su carrera para probar su inocencia. En esos años, Guardiola no sólo completó un postgrado de fútbol internacional. Realizó un curso entero de derecho internacional, derecho deportivo y farmacología.
Pero vayamos por partes. Tenía claro Guardiola que cuando dejase el Barça, nunca jugaría en la Liga española. Por eso, a partir del día en el que anunció su salida del club, su representante, Josep Maria Orobitg, empezó a recibir ofertas de equipos de todo el mundo. Los mismos que le enterraron antes de tiempo aseguraron que tenía una oferta en el bolsillo, pero como demostraron los hechos, no tenía ni idea de donde jugaría.
A lo sumo tenía una ilusión, que era la de jugar en Italia, en la Juventus de Turín, concretamente. El equipo en el que jugó un día su ídolo Platini. Ese al que sin haberlo visto jugar decoraba su habitación. Ese jugador al que persiguió un día de 1985 como recogepelotas en el Camp Nou buscando una camiseta que consiguió años después y que todavía conserva. El equipo de ese Zidane que le dejó maravillado en un partido en Brujas.
La Juventus entró al juego de la negociación, pero el encargado de llevarla a cabo era un tal Luciano Moggi que a día de hoy la justicia ha puesto en su sitio, pero que por aquel entonces era el ‘Duce’ del fútbol europeo.
Moggi llegaba a acuerdos con la misma facilidad con las que los rompía. Si un día Josep Maria Orobitg encuentra tiempo y deja de estar tan liado como para escribir sus memorias, el capitulo dedicado al director general de la Juve merecería ser llevado al cine por Scorsese. Citas en pizzerías de carretera, cambios de taxi, llamadas nocturnas, contratos que una vez firmados nadie recordaba que existieran. Y todo mientras equipos de todo el mundo, principalmente de Inglaterra y de Italia, seguían llamando a su puerta para contratar a Pep. Pero la prioridad era la Juve. Y la Juve de Moggi, al final, le dejó tirado.
Parecía que la estrella de Pep se pagaba, pero apareció el Brescia, un equipo de segunda fila en el que no dudó en alistarse. La presencia de Roberto Baggio en el equipo era un atractivo suficiente para iniciar la aventura en esta idílica ciudad del norte de Italia. Pero el Brescia le reservaba sorpresas más allá de Baggio. Allí entrenaba Carlo Mazzone, que viene a ser algo así como el Luis Aragonés de Italia, con perdón y salvando las distancias.
Mazzone y Pep firmaron un guión de película. Del recelo y el desconocimiento que se prodigaba un jugador que ha trabajado bajo las órdenes de Cruyff, Robson y Van Gaal y que lo había ganado todo y un perro viejo de los banquillos italianos que recelaba de todo aquel jugador que no fuera italiano se pasó a una relación de confianza, cariño y admiración mutua.
Las cosas funcionaban. No había rastros de la lesión, Carleto confiaba en Pep, que formaba con Baggio una sociedad fenomenal a la que acompañaba un centrocampista brasileño de potencia descomunal y un delantero grandote a los que Pep enseguida recomendó a sus amigos, porque iban a llegar lejos en esto del fútbol. El primero se llama Matuzalem y el segundo Luca Toni.
Mazzone, irredento tifoso de la Roma, le inculcó el amor por el equipo giallorosso y le quitó de la cabeza la idea de volver a intentar el fichaje por la Juve. Así que cuando la Roma llamó a su puerta, quien sabe si por recomendación de Mazzone, Pep viajó hasta el Olímpico, donde el próximo 27 de mayo se jugará la final de la Champions.
Si en Brescia Guardiola se había encontrado con un aliado en el banquillo en la persona del técnico, en la Roma, se encontró con un hueso llamado Fabio Capello que nunca confió en él al considerarle un fichaje de la directiva.
Tras cinco partidos defendiendo esa camiseta que Mazzone le había explicado que era roja en recuerdo de la ‘sangre dil popolo’ la Roma lo devolvió al Brescia en el mercado de invierno. El equipo estaba con pie y medio en la Serie B y la llegada de Guardiola sirvió para que en una segunda vuelta fenomenal se salvara la categoría.
Hasta aquí la gloria italiana. El infierno también tuvo su protagonismo. Después de un partido contra el Piacenza un 21 de noviembre de 2001 dio positivo por nandrolona. Empezaba a jugarse el partido más difícil de su vida. Y el más largo.
Cuando recibió la noticia, Guardiola pasó de la incredulidad a la indignación para acabar decidiendo que a partir de ese momento, lo fundamental en su vida iba a ser la lucha para demostrar su inocencia y así poder explicarle a sus hijos que todo lo que consiguió en el deporte lo hizo sin trampas.
Se pasó la noche en vela buscando por Internet que demonio era eso de la nandrolona, mirando casos antiguos, llamando a amigos, buscando abogados.
El laboratorio que realizó las pruebas contra Guardiola tenía más casos pendientes que los inquilinos de la quinta galería de la Modelo puestos uno detrás de otro. Había estado cerrado por irregularidades varias, como por ejemplo encontrar restos de cocaína en las mesas de los técnicos. La acusación afectaba a más jugadores. Curiosamente, ninguno de ellos italiano.
Algunos, como por ejemplo los holandeses Jaap Stam o Edgar Davids decidieron llegar a un pacto con la fiscalía italiana y aceptar una mínima pena a cambio de poder seguir con su carrera y no dilatar el proceso fiscal ante la inminente llegada del Mundial. Guardiola, con la ayuda del catedrático en fisiología Jordi Segura, miembro de la comisión antidopaje del CIO, que demostró que no se había dopado nunca, fue a por todas. Y perdió. Le condenaron a una multa de 2.000 euros y a siete meses de prisión. Le condenó un juez honorario y no un juez de carrera en una de las muchísimas irregularidades que jalonaron el proceso.
Gente que le aprecia le aconsejó que lo dejara, que estaba clara su inocencia y que había sido víctima de una trama que ni le iba ni le venía. Pero Guardiola había hecho de esa lucha su objetivo.
Sólo el 23 de octubre de 2007 puede compararse (a nivel profesional, obviamente) al 20 de mayo de 1992, cuando ganó la Copa de Europa en Wembley, como fecha más determinante en la vida de Pep. Ese día, el Tribunal de Apelación de Brescia le absolvió de toda culpa de dopaje bajo la fórmula de que “el hecho no subsiste”. Tras mucho dinero invertido en abogados, un curso de farmacología intensivo, noches sin dormir y aguantar a los de siempre echando mierda, Guardiola pudo celebrar por fin su inocencia.
Mientras se desarrollaban recursos y apelaciones, las ofertas seguían llegando. El West Ham apostó fuerte por él, pero después de tanta decepción, apostó por un cambio absoluto de aires y se marchó a jugar al Al Ahly de Qatar.
Para otro tipo de persona esta apuesta hubiera sido una clara opción para limitarse a mejorar su handicap de golf y aumentar su cuenta corriente. Pero Guardiola, además, continuó con el viaje de estudios. Allí, en la otra punta del mundo, se encontró con una serie de veteranos de todas las guerras del fútbol. Aprendió y jugó al lado de Batistuta y pudo ponerle cara a uno de esos mitos que sólo aparecen en los libros de historia del fútbol. Conoció por fin a ese brasileño del que tanto le había hablado Josep Maria Fusté. Ese número once del Santos, que se erigió durante una década en el mejor socio de Pelé. Su entrenador en el Al Ahly era Pepe, otra enciclopedia andante del mundo del fútbol.
Con él, Guardiola ejercía ya casi como de entrenador, pero la vida en Qatar, lejos de la familia y sin una competición atractiva que pudiera colmar sus ansias de seguir aprendiendo no daban para más. Le llegaron ofertas de Argentina, como una de River Plate que a punto estuvo de aceptar, pero finalmente, se fue de la mano de su amigo Juan Manuel Lillo a probar la aventura del fútbol mexicano, otra etapa para completar el caleidoscopio de ese viaje de estudios que se inició el día en el que salió a hombros del Camp Nou tras jugar contra el Celta.
Esa fue la última parada vistiendo pantalón corto. A partir de entonces se dedicó a viajar por su cuenta, a hablar con entrenadores con los que nunca había jugado, a leer y a ir a clase. Se apuntó al curso de entrenadores de la Federación Española de Fútbol y tras cumplir los tres ciclos preceptivos de formación interno en la Ciudad del Fútbol de las Rozas, en julio del 2006 consiguió el título de entrenador.
Su primer empleo se lo dio un equipo de Tercera. Quizás a otro con su currículum, la oferta podía parecer pobre. Y es que no solo le encargaban entrenar en Tercera, si no que además le exigían el ascenso. Obviamente, ni se planteó negarse. La oferta llegaba de su casa. Y cumplió. Ganó la Liga subió al equipo y completó la formación de un viaje de estudios que le llevó en tiempo récord al banquillo del Camp Nou.
Y aún había gente que decía que le faltaba experiencia y que estaba poco preparado. Lo mejor, puede estar por escribirse.
draudesc.wordpress.com
El entrenador actual del Barcelona, Pep Guardiola, pasó a la historia en el año 2009, tras convertirse en el primer entrenador en ganar los 6 títulos a los que optaba su equipo en una misma temporada. Ningún otro entrendor en la historia ha conseguido ganar todos
SEGUIRAAAAAAA
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